Muchas personas aprovechan la Semana Mayor para visitar ‘santeros’, adivinadores, guías espirituales y otros representantes del paganismo moderno.
Unos visitan monumentos. Cientos de réplicas del Divino Niño como un sustituto eficaz del hijo de Dios en la tierra. Muchos pecan y rezan para empatar, como ordena la frase popular. Por eso, durante toda la Semana Santa, al pie de los confesionarios se cuentan largas filas de personas buscando una penitencia que los absuelva. Y otros cuantos, probablemente llamados ‘paganos’ por la Iglesia Católica, buscan la reflexión espiritual en otros templos. Se hacen leer las cartas, se aplican pócimas y toman hierbas.
Actualmente, el paganismo es relacionado con los rituales que estén por fuera del islamismo, cristianismo y judaísmo. A esta expresión se afilian seguidores de los celtas, chamanes, adivinadores del destino y quienes practican la wicca (considerada el renacimiento de la antigua brujería). En Bogotá abundan los lugares no religiosos. Allí, las imágenes divinas adornan las paredes muy cerca del pentáculo (estrella de cinco puntas) y retratos de los santos a los que se les atribuyen milagros. Todo, la romería y el paganismo, en un solo lugar.
María Piedad Consuegra, quien lee el tarot, practica reiki y formula gotas florales para aliviar cuerpo y mente, cuenta cómo es la Semana Santa para ella: “Llegan más pacientes que en otras épocas del año en busca de conectarse con su parte espiritual. Les recomiendo meditar y un vía crucis personal, es decir, si son muy malgeniados, deben perdonar a alguien, y si comen mucho, pueden hacer una dieta. Como es común para la cultura celta, también aconsejo contactarse con la naturaleza”.
A su vez, cada rincón del Templo del Indio Amazónico está atestado con figuras como Buda, el Señor Caído, el Sagrado Corazón de Jesús, animales disecados y cientos de fotos del Indio. Este ‘templo’ tiene sedes, incluso, en Los Ángeles y Nueva York. La gente acude para conocer su supuesto futuro y comprar amuletos que prometen dinero, buena suerte en juegos de azar y la atracción forzada de un amor que no fue.
En las vecindades de la ciudad, en Facatativá, cerca de 36 kilómetros separan al cuarto de santos Leonardo Landínez de su antigua casa a la altura de la calle 116. En el cuarto, vasijas llenas de granos, licor, tabaco y sangre de animales representan ofrendas a los santos africanos de la llamada religión Yoruba. Son estatuas de madera y piedra que de acuerdo con la tradición se encargan de cumplir los deseos de la gente. Landínez, un hombre tan común como cualquier parroquiano tiene su propia versión de la Semana Mayor. “Para la santería, la Semana Santa no tiene nada de especial. Orumila, nuestra máxima deidad, fue un testigo privilegiado de la creación. Cuando Jesús nació, él ya conocía su destino y en cuestiones de creencias, fue un hombre intrascendente”.
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